QUE SE RESPETE LA SOLEMNIDAD DEL ESTADO NACIONAL Y SUS ORGANOS

Fuera los ultrajes de los tribunales y demás órganos del Estado con símbolos y figuras de superchería y atraso oscurantista

SEPARACIÓN DE ESTADO E IGLESIA ES CUESTIÓN VITAL

Estado laico, educación laica, justicia laica

 

Es que ningún recinto del Estado, como parte de la República, puede ni debe ser ultrajado con símbolos, rituales, liturgias, etc., de carácter alucinógeno ni con alucinaciones de ninguna confesión religiosa o iglesia, en particular la Iglesia Católica-Vaticano, que es intrínsecamente parasitaria, recalcitrantemente partidaria de la opresión del pueblo, que es impenitentemente militante para que a los ciudadanos se les mate y atropelle, como que se les nieguen educación, salud-medicina y oportunidades de superación y bienestar; en tanto la Iglesia Católica-Vaticano y el Cardenal se roban los fondos del Estado, y detrás los evangélicos haciendo fila para que les den otros tantos privilegios, común denominador a todo lo que sea cristiano.

Una de las cosas más importantes a reivindicar, y por la cual luchar, es el respeto de la soberana condición de órganos del Estado de la República y de la sociedad, que sustenta dicho Estado, de las cárceles, tribunales, Judicatura y Procuraduría General de la República, al igual que de los hemiciclos legislativos, oficinas públicas de la administración del Estado, de los cuerpos castrenses y policiales, como de investigación, etc., y que, como tales, como parte del cuerpo del Estado de la República, no cabe, ni es lógico, ni honrado, ni decente, sino violatorio de los derechos democráticos y de la pluralidad real de ideologías, convicciones y preferencias políticas, como de creencias religiosas y no religiosas, que conforman el espectro social a todo lo largo y ancho de la República, que se les impongan prácticas inquisitoriales, persecutorias, discriminatorias, supersticiosas, de hechicería vulgar y rastrera, de colocar crucifijos de un supuesto e imaginario dios, de absoluta imposibilidad de que existiera o pudiese llegar a existir, sino como leyenda o mitología a favor de la esclavitud y su sublimación como eterna, o un falaz hijo de dios, Jesucristo, o como sus imbéciles seguidores quieran llamarle, de harto comprobada inexistencia, como harto comprobado que dicha fábula fue creada por gente cándida, por la ignorancia más atroz de la más remota época de la barbarie en disolución y anterior a toda civilización, conocida como la Edad de Bronce.

Un crucifijo, como cosa de salvajes y primitivos habitantes de la era de las cavernas, y símbolo de la infamia al inicio de la civilización, como comprueba la historia y avala la antropología, presidiendo la labor de un tribunal de Justicia de un Estado moderno y de una sociedad que pretende estructurarse conforme a la razón y a la lógica, lo que, necesariamente, ahí mismo queda convertido en su contrario, como tribunal de injusticia, que niega la misma sociedad que dice representar, y que le delega el poder de juzgar, y lo que conlleva que en las cárceles se obligue y se le imponga, so pena de otras medidas materiales de torturas y coacción, tener que soportar el vejamen y atropello de la propia socavada autoestima de los reclusos mediante prédicas fanatizadas, cretinas y de orates, que deberían estar sometidos a un cepo para doblegarles sus locuras y alucinaciones, lo que hacen a través de imponerles rezos, oraciones, liturgias y rituales bastardos y depravados con sus prédicas absurdas, a las que pretenden, supersticiosamente, dar carácter de disposiciones divinas, y con ello, a los conflictos y procesos económico-sociales, políticos y de conciencia entre los hombres, prédicas que alienan, enajenan y asesinan, definitiva e irrevocablemente, de hecho, al ser humano recluido en prisión, del que la sociedad ha contraído el compromiso de reeducarlo en lo correcto y cultural como científicamente comprobado y comprobable, para que se pueda efectivamente reinsertar en la sociedad. Lo que hacen contra aquél, contra los reclusos, la Iglesia Católica-Vaticano y las autoridades indignas, abyectas y adocenadas en su infame envilecimiento, es actuar como sanguinarios inquisidores y aniquiladores de toda capacidad humana de discernimiento y confianza en sí mismo del recluso.

La religión en general, como el perverso e infame cristianismo, más que cualquier otra religión, posee una naturaleza contrapuesta a la naturaleza y carácter de la sociedad humana, a la que el hombre ha sido llevado a través del desarrollo y consiguiente evolución de las fuerzas productivas y las relaciones sociales económicas de producción, distribución y consumo de los bienes de consumo necesarios para la vida y de los mismos instrumentos de trabajo y producción para el inevitable como necesario desarrollo, y por lo que el hombre justamente es un animal social y racional.

El empeño de las religiones, y en particular del cristianismo católico vaticanista, en inmiscuirse y buscar que sean los medios mundanos y de la sociedad económico-social los que financien sus actividades, además de poner de relieve la propia falsedad intrínseca de las basuras y supersticiones religiosas, como su carácter parasitario y vividor, pone de realce la contradicción insalvable de que adolecen las viciosas religiones, en especial y particularmente la católico-vaticanista en República Dominicana, de que, aún vociferando supersticiones como la de que su reino no es de este mundo material, para su supervivencia dependen y tienen que sustentarse parasitariamente de los medios materiales y de los bienes que, tan esforzada y trabajosamente se producen y crean en la sociedad secular, laica y seglar, o sea, laica y mundana, en contra de la que proclaman su existencia todas las religiones, pero por sobre todo esa infamia aborrecible de la canalla más abominable que es el cristianismo criminal, genocida y corrupto, en el que ocupan un papel preponderante la Iglesia Católica-Vaticano, Apostólica y Romana como las sectas protestantes desparramadas por el mundo, pero con centros de mandos en las superpotencias, sobre todo en EE.UU. y Alemania, de cuyos centros financieros dependen y a los que sirven.

 

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