La esquizofrenia que es la religiosidad como negación de la realidad se interna en un interminable laberinto del oscuro río de la paranoia que vuelve esquizofrénico paranoico a todo creyente o adicto a la religión que sea

Lo que quiso decirse izquierda, con el concurso de la sublimización del individualismo, que es el núcleo de la aberración oportunista que es el castro-guevarismo, se han vuelto perniciosamente cretinos

18-08-2014

 

La historia no es la narración de la incursión individual, de la persona o ciudadano, en los acontecimientos o sucesos ocurridos.

Claro está, que así como las palabras no son las ideas, aunque no pueden dejar ellas de ser otra cosa que ideas; y de ideas se componen los pensamientos, de entre, los que tienen valor de verdad son los que resultan ser el reflejo, o producto de la realidad y de los fenómenos, provenientes de las relaciones de las cosas y el cerebro humano; lo que incluye, no sólo las relaciones externas, o sea, que por fuera de las cosas se producen e impactan, a través de los sentidos, en el cerebro humano (forma de relación del hombre-sujeto con las cosas de su entorno, no importando ni el carácter ni las formas de éstas), así como fruto de las relaciones y movimientos, íntimos o internos, que componen la esencia de las cosas; por lo que, al conectarse, el hombre-sujeto del proceso del conocimiento, con esa realidad interna o íntima de las cosas y sus relaciones hacia el seno oculto de estas cosas, queda establecido el escenario para hacer una realidad el conocimiento, la aprehensión y dominio de la esencia de las cosas animadas e inertes.

Lo más burdo, o lo equivalente al conocimiento sensorial y, por lo tanto, vulgar, de las cosas y sus relaciones, el agnosticismo lo absolutiza y coloca como el fin último del conocimiento y el pensamiento del hombre; negando toda posibilidad del conocimiento de la esencia de las cosas, lo que erige en terreno vedado para la inteligencia del hombre. Es algo así como lo equivalente al mito del árbol prohibido, que está presente, de manera muy prominente, en la burda y supersticiosa, como oscurantista, concepción, imbécil y estúpida, del cristianismo, respecto al origen del hombre y de su inteligencia o capacidad intrínseca de conocimiento. De dicha estúpida e imbécil concepción cristiana, lo único original que en ella existe es, precisamente, su falta olímpica de originalidad; que es una tara atávica que atraviesa esa expresión esclavista de la esquizofrenia que es la religiosidad, como negación de la realidad; y el empeño en romper con dicha realidad para internarse en un interminable laberinto (ésta es exactamente la palabra), que sólo, y al fin y al cabo, deviene en el cauce del oscuro río de aguas negras de la paranoia y vuelve esquizofrénico paranoico a todo creyente o adicto a la religión que sea. Por cuanto todas las religiones, en una u otra medida, son reflejo de la esquizofrenia galopante de la religiosidad; cuyo núcleo es la negación de la realidad, junto al emprendimiento del escabroso camino, que no conduce a ninguna parte, que no sea a una enajenación, y alienación, por lo tanto, negadora de la realidad objetiva, concreta y general o universal; que es lo que Carlos Marx, con su genial capacidad de síntesis, resume en su fórmula imperecedera de, la religión, equivalente, en su alcance al concepto y práctica de la religiosidad, es el opio, droga y estupefaciente de la humanidad, o sea, del colectivo del conjunto humano que se adhiere y hace suyo este vicioso hábito.

Así como Carlos Marx, al momento de ir sentando las bases del materialismo histórico, crea su otra síntesis de, el hombre crea su propia historia; no menos genial que la de la religiosidad, como prototipo y arquetipo de estupefaciente, que crea un mundo enajenado y socialmente falso, de ilusiones y alucinaciones; por lo que es un mundo fantasioso y disociado o antisocial, que conlleva a la inmovilidad del sujeto que se acostumbra a masturbarse con la religiosidad y sus mitos, o las fábulas falsas de que se alimenta y retroalimenta; y logra que las glándulas cerebrales segreguen las sustancias, de efectos relajantes y placenteros, como la endorfina, de la familia de la morfina, ante el estímulo con las fantasías e ilusiones de las leyendas y mitos de las religiones, como el hijo del invento llamado dios; lo que no puede explicarse ni comprenderse, ni mucho menos aceptarse, a menos que no haya de antemano una predisposición apriorística, y no tanto así, a refugiarse, como alternativa evasiva, y hasta cierto punto suicida, en tanto y en cuanto se busca romper con la verdadera realidad, y se produce la forzada adhesión al mundo de las alucinaciones.

Como el narcómano requiere del estupefaciente particular, del que se ha convertido en consumidor habitual, y, en caso de no lograr obtenerlo e incorporarlo a su organismo, se enfrenta a un dolorosísimo síndrome de abstinencia; una vez que el cerebro y su sistema glandular no segregan la endorfina humana, o variedad de la morfina, que ejerce, sobre todo el sistema nervioso y orgánico, un fantástico efecto balsámico, de relajamiento y recuperación orgánica del adicto; lo de la sublimación del papel del individuo en la historia de la humanidad, cuyo econicho le sirve de continente para realizarse y consagrarse como animal social y racional, terminó erigiéndose en una exageración, de esas que conlleva el estado equivocado, de ver el árbol pero no el bosque; que termina contraponiéndose en la fórmula de apreciar el bosque pero no el árbol; lo que es estimulado y alentado por la condición animal del hombre, que no comprende ni logra elevarse, para discernir, hasta concluir en la fórmula del hombre animal social que, en su ignorancia superada, Aristóteles acertó a definirlo como zoon politikon, animal social, animal de la polis.

Aníbal Ponce, aquel brillante joven intelectual, de inteligencia como de sensibilidad superiores, que le permitieron, dada su vocación científica y de apego entrañable a la honradez y a la honestidad, que hicieron posible que saltara, de una vinculación profunda con el individualismo pequeño burgués liberal, y con fuerte influencia del positivismo, que potencializó los factores de la biología y de la genética, y que lo empujaron a propiciar las teorías racistas del nazi-fascismo, por la vía del prominente intelectual, argentino igual que él, José Ingenieros, para adherirse y moldearse como intelectual comunista en proceso de desarrollo; en una conferencia que diera, en el 1930, en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, que titulara “Los Deberes de la Inteligencia”, escribió de inicio lo siguiente:

“Cuando el Renacimiento quitó al hombre moderno la tutela del dogma, le dejó casi a ciegas con el instrumento maravilloso de su propia inteligencia. Había sido hasta entonces una partícula casi indiferenciada de una realidad más vasta y más compleja: el alma colectiva que se reflejaba en él y lo creaba. Sus opiniones y sus creencias, sus sentimientos y sus gustos, veníanle impuestos desde afuera, con una coerción tan violenta, que a veces le iba en ello la vida.

“El espíritu moderno hallaba, así, en sus comienzos, obstáculos sociales en cierto modo insalvables. La robusta alma feudal se prolongaba de tal modo en la entraña misma de la Edad Moderna, que aún sentimos a veces, en nuestros mismos días, su obstinada fiereza. Para ella la inteligencia no pasaba de ser un siervo más; y si le dejaba de vez en cuando una displicente libertad de niño, no se hacía esperar muy largo rato cuantas veces debía atajarla o reprimirla. El pensamiento se fue desarrollando así con una timidez que lo inhibía, y bajo la mirada vigilante de una sociedad temible, ensayaba aquí o allá sus inquietos balbuceos”.

Ahí se pondera el peso trascendental del individualismo en el zoon politikon de Aristóteles, lo cual lo volvió especie de componente de piedra de sílice de un montón de agregados sólidos para la preparación del hormigón. Y ese individualismo se recreó en el hombre que se produce, o crea, en el capitalismo, teniendo su continuidad seguida; y aún hoy, cuando la fórmula de Engels adquiere carácter de vacuna obligada para la supervivencia de la humanidad de, el hombre destruye al capitalismo o éste termina destruyendo a toda la humanidad, sin alternativas o calle de tercera vía de por medio, ese mismo individualismo estrecho, mezquino y estúpido, hace acto de presencia cuando de la historia queremos narrar su históricos capítulos.

Lo que quiso decirse izquierda, o izquierda revolucionaria, y hasta marxista y leninista, en nuestro país, con el concurso de la sublimización del individualismo, que es el núcleo de la aberración oportunista que es el castro-guevarismo, como variable del revisionismo y del anarco-terrorismo; en contraposición al carácter social de la ciencia y de la historia, se han vuelto perniciosamente cretinos. Y han llegado a tal grado de fosilización o estancamiento que, en vez de avergonzarse y corregirse, se confiesan y rebelan como recalcitrantes incorregibles; y se ponen en fila para dar constancia de su primitivismo ideológico individualista, y celebrar el culto religioso de su esquizofrenia, hija del desclasamiento y del fenómeno de que todavía no han logrado encontrar el único uso enaltecedor, de ese instrumento con que el Renacimiento dejó solo y al desnudo al hombre del medioevo, que es su inteligencia.

Y en esto, hay que darle las más encarecidas gracias a esa aberrada y retorcida plumífera e impensante, vil prostituta del lenocinio de la prensa venal y amarilla, llamada Angela Peña que, acicateada por un pernicioso y mercenario impulso, se ha dedicado, desde la letrina pestilente de Pepín Corripio “Hoy”, a poner de relieve el pensamiento liliputiense y el enanismo mental, de lo que es la falsa izquierda, desde los primeros años de la década del 1960 en adelante.

Así, se nos ofrece, en forma de material de agregado y greguerías, comprobar el atraso supino de sus enanos mentales.

No obstante, esto requiere de la acción esclarecedora de nuestro Partido Comunista de la República Dominicana (PACOREDO), partiendo de que se trata de la repetición del ancestral pecado atávico de la tergiversación de la historia dominicana, presentada como su historial real. Son las mismas aguas turbias las que están trayendo estos lodazales tan insoportablemente pestilentes y nauseabundos.

 

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